sábado, 22 de mayo de 2010

Belleza escondida

La muchacha de ojos café oscuro se encontraba sentada es su banco apoyada sobre la mesa que tenía en frente. Estaba en un local de comidas rápidas, aliviada de terminar su resumen de química. Guardó las carpetas en la mochila y subió mas el volumen de su aparatito electrónico. Comenzó a mirar por la gran ventana que estaba a su izquierda. Divisó todos esos autos caros que pasaban por la zona. Todas esas mujeres a la moda, cruzando la calle con sus botas negras, sus carteras importadas, sus anteojos deslumbrantes y su delicadeza al caminar. Vio aquellos hombres duros y serios que paraban a los taxis, mirando a cada bella dama que pasaba por su lado. Y ella comenzó a pensar: nada nuevo allá abajo, lo mismo de siempre. Se inclinó hacia atrás en su asiento y cruzó los brazos. Entonces sus ojos alcanzaron mirar el cielo azul que se plasmaba en ese día tan hermoso; bajo solo un poco más la vista y vio un edificio bellísimo. Tan bien construido, de ladrillos rojos y ventanas abiertas en las cuales se podía ver su interior. Cortinas rosas, cortinas blancas, aires acondicionados. Y se puso a pensar: pocas veces se ve brillar con tanta intensidad la ciudad de Buenos Aires. Y cuando lo hace, cuando nos muestra su belleza escondida...Quién la busca?, Quién la ve?. Quién la siente? Si a cada rato suenan bocinas, gritos, la gente corre para todos lados. Todos se agitan y tienen sus mentes a mil solamente en lo de deben hacer y pocas veces se toman cinco minutos para ellos, ¿Cómo es posible parar en medio de la calle y admirar la verdadera belleza que se nos escapa de las manos?
Ella suspiró y parpadeó. Dejó de mirar por la gran ventana luminosa y sus ojos empezaron a recorrer el interior del local donde se encontraba. Sus ojos alcanzaron ver una mujer dos mesas adelante de ella mirando por la ventana con sus auriculares y cara pensativa. Al costado de su mesa, un hombre de espalda a la joven leyendo el diario, llevaba el cabello negro bien peinado para atrás y un suéter gris oscuro. Y de repente, divisó una pareja en la esquina de aquella habitación. Felices por tenerse el uno al otro, abrazados, mirándose fijamente y hablando entre risas. La joven llevaba un saquito verde y él un buzo verde mate y del cuello se podía ver su camisa acuadrillé azul y blanca. Simples y únicos, allá en la esquina de la habitación y enamorados. Sin darse cuanta que le estaban dando el mejor final a las bellezas escondidas de la vida. La muchacha en el asiento con la ventana grande y luminosa a su izquierda los miró y sonrió. 

Micaela