Mi madre
tenia razón –confesó- todo sueño debe tener el sostén de la realidad. Al fin y
al cabo, es la única que según como bailes con ella, hace que puedas llegar a
aquel sueño una vez soñado.
Hay lágrimas
que ruedan sobre el rostro de la lejana. Aquella que es tan frágil, la
inocencia de una conciencia pura, una niña con zapatos rotos. Se mira al espejo
repetidas veces al día, e insiste en que conteste. Su otra, la que completa su
ser.
Anhelos que
perduran en el tiempo, son como pétalos que los sopla el viento, viajan por el
mundo y vuelven para dormirse en el balcón.
La lejana
no lo comprende, como es que su alma pocas veces habita su cuerpo. Como es que
cada lágrima salada etérea seduce a Melancolía,
su mejor amiga, y Soledad, la olvidada.
Entra en su
habitación y vuelve a sentir el perfume de la vida, lagrimas dulces ruedan por
la comisura de sus labios, donde reside la orilla del mar. La lejana posa sus
labios en la ventana fría y un escalofrío la recorre desde la coronilla hasta
sus frágiles tobillos de marfil.
Sabe. El
invierno la espera con un abrigo de lana y boinas de colores que cortejan los árboles
sin hojas. Pero la lejana sabe bien, su poesía es tan eterna, que hasta en una
gota de sus lagrimas, puede encontrarse la inmensidad infinita del mar.
(el arte es un estado del alma)