Descubrí algo en el viaje. Cuatro días, ver el mar y sentir
las olas que chocaban contra todo mi cuerpo. Sentir la arena permanente bajo
mis pies. Descubrí maravillas en cuatro días.

En fin. Relataba mi mente mil sentimientos que me tomaban en
el instante en que respiraba el aire de playa, de absoluta (y casi insultante) relajación.
El primer día allí, con mi compañera, festejábamos. El mar
mismo, como se lo conoce, nunca estuvo tan hermoso. Nos abrazaba, nos tiraba,
nos acariciaba y nos quitaba de encima todo peso extra que agobiara. Las horas corrían,
y nosotras sentíamos que el tiempo se detenía en cada ola que nos miraba de
frente y rompía a nuestra cintura.

Ella me miro y me confeso: lo siento más como la bienvenida a
todo lo nuevo, a todo el cambio que ahora vamos a emprender. El nuevo camino.
Aplausos. El mar nos acercaba a lo nuevo.
Y aquel cambio lo estuve esperando tanto, como mi amiga, y la
lejana que me observaba de cerca.
By: Micaela