La Lejana
descubre a la Maga en ella misma, en lo visceralmente hablando. Ahora ya son
tres, y la soledad la descubre por las noches tiñéndolas de puentes inconclusos
y corazones que late en la boca del estómago, entre charquitos perfumados y …quizá,
¿Por qué no?
Bailan
descubiertas en profundas aguas, insondables aves surcan su cintura y
destierran los viejos acantilados…acantilados. Los silencios ensordecedores que
aburren a la Lejana, en cambio, abruma el alma de la Maga…es decir ella misma
en su cuerpo.
El puente,
París, el Sena atravesándolo, dagas y oscuros peces, los olores falsos, las
miradas clandestinas, las caricias de papel, el lenguaje de una lapicera
marcada en la punta con una etiqueta rosa…La Lejana era el cuerpo de la Maga y…
Hastío,
mimos, noche, deslumbrante clarividencia. La epifanía del vestido rojo, los amantes
desencontrados, su pantalón verde agua, sus anteojos a la moda, su cuerpo
marcado por besos ajenos, sus dientes blancos, el cabello tan claro, esos ojos…
La Maga se
detiene, encierra al Cíclope entre sus cubicuelos de engranaje antiguo y bien
disimulado…lo mira…lo mira, examinándolo desde sus pupilas, las pestañas
tupidas, y de repente dos ojos…era el Cíclope. Dos ojos claros. Se animó
cerquisima, sus respiraciones se mezclaban entre penumbra y una canción de amor
que le cantaba la Maga vagamente al oído en silencio. Los ojos claros
cambiantes como el clima, entre miel y nubes del cielo…la Maga vio reflejada a
la Lejana, y tan cerca de ella al Cíclope.
Se vio
reflejada. Y eso jamás lo había contemplado. Jamás.
Hasta
ahora.
By: Micaela Nuné Halacyan
(el arte es un estado del alma)