martes, 18 de enero de 2011

Mitch.

Es el amor, toca la puerta con suficiencia e indiferencia. La salvación se encuentra a pocos metros y él teme abrirle.
Mira a su alrededor, no hay mas que recuerdos y el dolor agudo del corazón que late con pocas fuerzas. El manso río del sur se extiende por su ventana, lo mira dudoso, piensa si el suicido es una opción. Se miente a si mismo. Quiere vivir.
La puerta es golpeada una vez más, pero sin desesperación, solo la insistencia andante que acompaña al sonido seco de la puerta de madera.
Se mira. El cigarrillo lo consume en nubes inútiles, no lo dejan ver las flores del jardín. Las botellas tiradas, el gris que una vez fue su amante se va volviendo amarillo. Algo había cambiado.
La puerta es golpeada otra vez.
Se decide y se dirige a ella. Pasa por cadáveres del pasado, sus propios fantasmas, miedos absurdos que dificultan su camino con piedras y él las pisa haciéndolas trizas. Su casa se vuelve distinta. Algo había cambiado.
Llega, y trata de alcanzar la perilla que en tanto tiempo estuvo abandonada; no le dio la oportunidad de girarla para que entre la luz.
La abre, y la ve. Radiante como solo ella era. El amor lo abraza y lo cuida eternamente.
Le besa los ojos y acaricia su espalda. Pinta de colores su vida y las habitaciones de la casa triste que se deshojaba a su paso.
Ella le ha devuelto la vida.
Y él, a cambio, le a regalado sonrisas.


-M♪camelí.