Las miradas tiene ese indiscutible sigilo intimidador que te roba el aliento, aunque todo depende de como sean ellas, las hay picaras, tiernas, seductoras y algunas llenas de dolor. Pero de las que quiero escribir en el viento son de aquellas que reconocen la ventana del alma, por ende se trata de nuestros ojos. Son de las que se perciben una caricia, cada parpadear es una caricia, tienen un idioma tan único que los labios quedan sellados en un interminable silencio que descansa profundo en si mismo, dejándose llevar y disfrutan de la conversación de las pupilas que se sonríen, se acarician, son cómplices del espacio y del tiempo que comparten inevitablemente.

Este ultimo, vale aclarar, es relativo. ¿Depende para que, o para todo?
Y entonces, allí vas, respirando ese reflejo aireado que te brindan los ojos que te miran, te acompañan, te envuelve en sus brazos y te libera de todo mal. Es casi como sumergirse en un mar de agua pura y limpiarte integra el alma, volverte puro finalmente, y agradecer. Agraceder, que se volvieron a encontrar las miradas que tanto se buscaban.
By: Micaela