viernes, 7 de octubre de 2011

Un minuto en tiempo almico


Las miradas tiene ese indiscutible sigilo intimidador que te roba el aliento, aunque todo depende de como sean ellas, las hay picaras, tiernas, seductoras y algunas llenas de dolor. Pero de las que quiero escribir en el viento son de aquellas que reconocen la ventana del alma, por ende se trata de nuestros ojos. Son de las que se perciben una caricia, cada parpadear es una caricia, tienen un idioma tan único que los labios quedan sellados en un interminable silencio que descansa profundo en si mismo, dejándose llevar y disfrutan de la conversación de las pupilas que se sonríen, se acarician, son cómplices del espacio y del tiempo que comparten inevitablemente.
Puede que ineludibles admiren el respirar de la expresión. Los ojos tiene más secretos que toda la humanidad junta, se despejan de toda privación de la libertad que a veces cualquier otra parte de nosotros la tiene. Ellos derrumban muros y distancias. Hacen que el tiempo vuelva a renacer, porque al encontrarse, cuando se vuelven a hablar se miran, se miran al hablar, se leen los parpados, se respiran los colores que contienen sus respectivos iris, se acarician… ahí es cuando se encuentran y pareciese como si el tiempo jamás hubiera transcurrido.
Este ultimo, vale aclarar, es relativo. ¿Depende para que, o para todo?
Y entonces, allí vas, respirando ese reflejo aireado que te brindan los ojos que te miran, te acompañan, te envuelve en sus brazos y te libera de todo mal. Es casi como sumergirse en un mar de agua pura y limpiarte integra el alma, volverte puro finalmente, y agradecer. Agraceder, que se volvieron a encontrar las miradas que tanto se buscaban.

By: Micaela