Fue acercándose
sigilosamente a la nuca de la jovencita sentada en el banco del parque en medio
de Buenos Aires. Aquella miraba fijamente los árboles y sus hojas, la joven
estaba realmente fascinada porque el viento que corría entre las hojas verdes
hacia que estas últimas se movieran incansablemente. Al darles la luz del sol parecían
mil manos aplaudiendo sin cesar, algo poco usual o no visto siempre. Ella sorprendentemente
lo notaba entre las pocas almas que paseaban por allí, un día como ese, un día
cualquiera.
No para su corazón
palpitante.
Fue acercándose
sigilosamente a la nuca de la jovencita sentada en el banco del parque, le tapó los ojos con sus manos y con el dedo meñique le acarició la nariz suavemente.
-Buuuuuu –susurró.
Y su voz sonaba, por alguna extraña pero maravillosa razón, a ciertas melodías
que causan escalofrío en todo el cuerpo. La joven sentada en el banco del
parque en medio de Buenos Aires se limito a sonreír, respirando al compás del
viento, tratando de no escuchar la música de su corazón que amenazaba con salir del cuerpo.
-Buuuuu
–susurró la voz de poesía- Me pregunté mientras venia acá, ¿que hiciste conmigo,
para no poder dormir bien en toda la noche, para estar dando vueltas y
desordenar toda mi cama? Mis pobres sábanas no sabían como acomodarse a mi
cuerpo, y yo no sabia como abrazarte al extrañarte terriblemente.
Sacó las
manos de sus ojos y la luz inundo las pupilas de la joven. Las manos del
susurrador descendieron por aquel rostro aterciopelado y se sitúo al lado de
ella.
Eran dos
almas que por fin, luego de tanto andar, se habían reencontrado en el Universo,
el silencio era la perfecta melodía que los llenaba de caricias mientras los pájaros
cantaban canciones ensayadas para la ocasión y las hojas aplaudían sin cesar.
Las miradas
de ambos se recorrían todo el rostro del otro, contemplaban la más bella
escultura, el cuadro más sofisticado. Se limitaron a sonreír.
-Hola –dijo
ella en un susurro entrecerrando los ojos aspirando aquel perfume que se desprendía
de él.
-Hola –le respondió acariciando su cara y sonriendo suavemente.
By: Nuné Halacyan