lunes, 22 de octubre de 2012

La liviandad de los cuerpos

El terrible sabor de tus labios hunde en mi diurna melancolía un aspecto nuevo.

Por la noche el vestido negro luce su textura inexplicablemente brillante. Los brazos del amante discreto se tensan sin razón  Hay algo peor, ella tiene la suavidad impregnada en la piel y un sutil delineado rosa en los labios que incita a la perdición permanente.
Allí se encontraba él  contra la pared y la pierna derecha un poco más relajada que la izquierda. Con el traje que una vez se sintió distinguido y ahora simplemente flotaba como una pluma, sin ropa, sin piernas, sin nada.
La joven no se percata ante lo sucedido, sigue hablando, gestualisando como solía, mientras sus ojos se perdían en la multitud buscando. Eran tan discretos pero fuertes a la vez, que jamás imaginó que esa noche seria la noche.
Los ojos claros del muchacho contra la pared apenas parpadeaban, la miraba y sacaba su vista de encima. La miraba nuevamente y bajaba por sus brazos, por su espalda, su cintura, sin miedo delataba sus piernas y los parpados bajos morían en sus delicados pies dentro de los brillosos taco aguja negros que acompañaban las estrellas del cielo.
Cuanto hubiera deseado sacarla a bailar, sentir su perfume, acariciar su piel. Si tan solo ella no le hubiera quitado todo pensamiento cuando por fin encontró los ojos que buscaba. Si tan solo no le hubiera robado el aliento cuando parpadeo al mirarlo. Él hubiera podido hablar, pero enmudeció cuando la escucho reír, cuando la vio bailar, cuando por fin sus ojos se encontraron.
Los de él tan claros. Los de ella tan oscuros.
Y sus almas perfectamente ligadas.

By: Nune Halacyan