Despeinada. La noche cae sobre Buenos Aires, estrellas que
titilan al compás de vaya a saber que sonido, quizá uno que merodea por el
universo, y a ellas se les da por bailar.
La brisa fresquísima entra por la ventana, naturalmente
abierta, el colectivo donde iba parada tomaba una velocidad perfecta para
pensar: “Ya debería estar en casa”. Hay una melodía que resuena desde algún lado,
algo inconsciente, los párpados bajan y suben, respira suavemente el aire y una
extraña armonía se posa sobre su cuerpo.
De repente un brazo pasa delante de sus ojos, dedos torpes
pero decididos tratan de incrustar una flor de papel, un tulipán perfecto, un
arte de origami, sobre la rendija de la ventana. Su ventana. Ella parpadea rápidamente
detenida en mirar la flor mientras escuchaba una voz: “Es un arte ¿viste? A quien
le guste la va a tener” le decía a otra persona.
Ella gira la cabeza a su derecha y observa a un joven parado
a una distancia respetuosamente sutil para sonreírle y descubrir sus ojos
azules. Vuelve a la misma posición de antes, respirando el aire de la ventana,
naturalmente abierta, y por ese motivo, luego de unos minutos cae la flor a sus
pies…
La toma con delicadeza, y se la da al joven:
- - ¿Te gusta la flor?
- - Si, mucho
- - Quedatela, es para vos
- - Gracias! Sos un artista! ¿Estudias algo de eso?
- - No no, pero la hice recién. Y ahora es tuya
Le sonrió y agradeció nuevamente. Ella lo entendía, ahora. Las
estrellas bailan al compás de un sonido universal que merodea hasta en el más
pequeño y remoto lugar. Pero lo que ellas no saben, y por eso brillan, es por
los cambios y trasformaciones que se producen a sus alrededores. Aquí los
humanos lo llamamos: sorpresas.
Nuné