viernes, 27 de agosto de 2010

El alma al aire.

Pensó: soy un alma antigua en un cuerpo joven.
Y eso era maravilloso, era único. Porque además lo sentía y se daba cuenta, pero las cosas eran difíciles de sostenerlas en una balanza equilibrada. Tal vez en otra vida si lo estuvo, “en perfecto equilibrio”, pero en esta, lo tenia que encontrar. Y era genial y misterioso, porque ella se daba cuenta de eso y de mil cosas más imposibles de explicar.
Equilibrio…, costaba. Volver a su propio eje era una cosa pasajera. Era como ese minutero eterno o ese “tic tac” que solo toca el centro un segundo.
Su alma pedía mil cosas, pedía ser descubierta por otro, por ese amor, ese…complemento faltante pero no necesariamente necesario. Pedía salir hacer mil cosas, bailar, hablar, gritar. Pedía mil actividades, mil emociones, mil ilusiones. Estaba acelerado, iba más allá de la realidad, podía llegar a mirar y a sentir lo más profundo de las cosas bellas, verlas y tocarlas. Sentir el dolor y saborear las lágrimas saladas. Las mil y una en el mar.
Su cuerpo era tan inquieto y difícil de llevar como esa alma única, que rodeaba su ser, esa luz del centro. Pero ese cuerpo, esos huesos, esa carne, esas venas, esa sangre estaban limitada por la edad de su evolución, de su crecimiento.
Ella lo sentía. Sintió mil veces que el alma salía a través de ese cuerpo que le quedaba tan chico, a través de sus ojos, sus movimientos de baile, sus palabras, hasta en estas letras.
Y esa alma, querida amiga, mil años de edad, y yo con tan solo dieciséis…que se supone que podría hacer?. Simple.
Simplemente,
vivir ese universo de pequeñas cosas.

-M♪ca,ela.

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[Gracias por dejarme una caricia al alma]