sábado, 5 de noviembre de 2011

La esquina de enfrente.

Un inquebrantable sigilio, casi estremecedor jadeo me acecha, me sigue los pasos por toda la habitación mientras intento escapar. Pero no me muevo, me sitúo inmóvil en una esquina blanco y negro que me cubre de todas las miradas a acusadoras y tal vez de todos los miedos.
Relámpagos carcelarios que me sellan en el silencio del terror y no me dejan salir del hueco en el que estoy, comienzo a mirar toda la ventana que está delante de mi mientras lo único que alumbra mi habitación es esa luz de la lluvia, esa luz sin vida de un blanco solitario cuando los truenos no tienen piedad y los relámpagos relampaguean en el horizonte inmenso que da a la calle y un árbol que roza mi ventana como una interminable campanada del juicio de mi alma. Pero yo no hice nada malo, y lo se.
De un momento, tras un haz de luz que alumbra toda mi habitación una figura oscura se sitúa en la otra esquina que me mira frívola y acechante. A penas puedo distinguirla, y cuando nuevamente vuelve a alumbrarse mi recamara, la figura me mira con ojos asesinos, la tengo tan cerca de mi que su respiración helada se me cuelga por los huesos y apenas puedo pensar en nada.
-Has cometido muchos errores mi niña -acentúa la voz que me delata- no, muy mal, que malas tus actitudes mi niña.
Y resuena una carcajada que me para el corazón, en el mismo instante en que mi cuerpo queda tumbado en el suelo y la sombra siniestra la mira con asco diciendo y afirmando para su pleno placer –Ja, pobre pobre. De que sirven tantas buenas almas si todas terminan igual, salvando a otra y queriendo desafiarme. No, muy mala tu actitud.

Y de desvanece, como si nada hubiera ocurrido.

By: Micaela


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[Gracias por dejarme una caricia al alma]