Marie buscaba entre las pocas personas que estaban a su alrededor.
Se despedía, saludaba, hablaba con contenido aburrido. Buscaba. Se acomodó el
abrigo, hacía frío esa noche. Las estrellas invitaban a tanto. Bullicio y risas
a su alrededor. Marie permanecía en silencio y esperando para irse a su casa,
otra vez, sus manos vacías, el corazón tan lleno de poesía.
Todo se detuvo, fue un segundo eterno. Las risas y habladurías
callaron por fin, ya no era más de noche, las estrellas se habían escondido
vaya a saber dónde. A Marie todo eso no le importaba, sus ojos habían encontrado
la silueta tan ansiada. Del otro lado de la vereda, con su saco negro largo,
desabotonado. La silueta esbelta y oscura, ya que el atuendo lo era y la noche
acompañaba su luz y elegancia. Ella logró percibir, y ni siquiera, una
respiración acelerada, un corazón agitado y desesperado por correr, cruzar la
calle, dejarlo todo, sucumbir en sus brazos y que la reconociera. Marie no
movió un musculo, no pestaño, no habló. Hipnotizada mirando la elegante silueta
que se movía justo frente suyo, sin voltear la cara, del otro lado, caminar, subir
las escaleras de la Iglesia. Comprendió el evento al que concurría. Ella no había
sido invitada por simples razones de no conocer a quienes iban. Pero si, a la
silueta negra y estilizada que subía, solo, por el medio de las marmoladas
escaleras.
Cuando desapareció de su vista, todo volvió a su lugar como
si nada hubiese ocurrido. Las risas, las palabras, el frío, las estrellas seguían
ahí, su abrigo, sus manos vacías, su corazón lleno de poesía. Parpadeó. Aún
respiraba. Pero algo había cambiado. Quizá las ganas de ser invitada, de estar
del otro lado de la vereda, de tener la oportunidad de correr tomar su mano y
subir juntos las escaleras.
Marie entró en su auto y volvió a casa. Sintiendo la
desesperada sensación de que debía estar en otro sitio. Pero no era el momento.
Aún no.
Aún.
By: Micaela Nuné Halacyan
(el arte es un estado del alma)
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